[Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga:
CATACLISMO 2012
Escrito
en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo
***
CAPÍTULO 26: MIELIKKI: EL PODER INFINITO DE LA NOSTALGIA
Y EL DOLOR
==Maravilla
Suprema, Templo Sagrado Finlandés==
—Solo un dios podía detener la embestida de esa flecha…
—dijo titubeando la diosa, al tiempo que levantaba aquel maíz dorado y lo
miraba con añoranza. El dolor había desaparecido de su vientre y había sido
reemplazado por un alivio sublime—. Los últimos residuos de tu espíritu seguían
viviendo dentro de esa mazorca. Me salvaste amortiguando ese ataque a último
momento, Viracocha…
Sus bellos ojos turquesa dejaban escapar una incontable
cantidad de lágrimas. La espontaneidad de su repentino llanto le sorprendió.
—«¿Pero qué son estas lágrimas? —reflexionó, sintiendo
una profunda nostalgia—. Una diosa no llora, ni se lamenta por la muerte de
quienes tiene cerca. Esto es culpa de Yggdrasil por darnos cuerpos tan
parecidos a los humanos».
Negar sus sentimientos era la forma en la que la
orgullosa Mielikki admitía que había descubierto la verdadera intensidad de los
mismos. La deidad finesa jamás expresaría con libertad lo que verdaderamente
sentía tras la desaparición definitiva su aliado inca ni la de sus dos hijos.
Solo fue capaz de dejar su orgullo por un corto instante
al verse sola, y tras acercar a su rostro la mazorca de oro, le dio un pequeño
beso entre lágrimas de tristeza.
—Incluso después de dejar de existir, me salvaste.
Gracias, Viracocha. Jamás te olvidaré…
El sentimiento de amargura y tristeza por sus recientes
pérdidas invadió hasta los últimos rincones de su corazón. El momento emotivo
hacía que su pesar se transformara poco a poco en un intenso odio, el cual
alimentaba su afán de venganza.
Al levantar la cabeza, a quien primero vio fue a Ícaro,
yaciendo boca abajo en el césped. Sin pensarlo dos veces, se le acercó con el
fin de descargar su dolor.
—Ahora más que nunca haré que los humanos paguen por
haberse rebelado contra nosotros. Tú serás el primero en ser sacrificado por
los pecados de la humanidad, Touma. Al final no pudiste demostrarme que tu amor
era el más fuerte.
Tras arrebatarle su arco y aljaba de las manos, la diosa
de cabellos de oro dirigió una furiosa mirada al humano. En su mente solo
estaba presente el deseo de asesinarlo, al igual que a sus dos compañeras.
—Ustedes los humanos son un peligro para los dioses
—manifestó, cargando su poder divino en la parte afilada del guantelete de su
armadura—. ¡Estamos en lo correcto al
querer eliminar a una raza tan violenta como la humana!!
Un fatal golpe lleno de odio y dolor fue dirigido al
cuello del indefenso Ícaro. Mielikki quería arrancarle la cabeza sin
dilaciones. No obstante, algo hizo que detenga intempestivamente la trayectoria
del mortal embate centímetros antes de que éste impacte.
—Este inmenso cosmos… —farfulló con incredulidad—. Lo
conozco demasiado bien…
Pese a que el día apenas comenzaba, y pese al brillo que
usualmente se desprendía de la Maravilla
Suprema; el ambiente se había oscurecido por completo. La imagen del
firmamento que mostraba el destruido Santuario de Atenea, fue reemplazada unos
instantes por la proyección de una luna plateada extremadamente gigantesca.
Entre los árboles blanqueados por la nieve, una presencia
magnánima había aparecido. El bosque entero había enmudecido ante aquel cálido
cosmos que abarcaba todo el territorio finés.
—¿A qué debo el honor de tu visita? —preguntó a la nada
la irónica diosa en Armadura Suprema—.
No debe ser coincidencia el hecho de que mi vieja amiga haya decidido ascender
hasta mi morada… Ha pasado mucho tiempo desde que no nos veíamos… Artemisa…
La mencionada diosa griega de la caza hizo su aparición
frente a su contraparte finlandesa. Sus ondulados cabellos rubios parecían
danzar suavemente ante la caricia del viento, al igual que su inmaculado
vestido blanco. La mirada color miel de Artemisa se clavó con serenidad en los alterados
ojos turquesa de la escandinava.
—Mielikki, amiga mía… —le dijo con un hilo de voz a
manera de saludo—. Creí que no te agradaba usar armadura.
—Así es, Artemisa. Se ve que recuerdas bien aquella
ocasión en la que te dije que una armadura impediría mi contacto directo con el
bosque —respondió la aludida con mucha seguridad, encarando a su visitante con
un porte solemne—. Estoy usando este ropaje como una forma de homenajear a su
creador.
—Quisiera decir que no has perdido la nobleza que siempre
te caracterizó, pero no es así. Te veo allí, intentando asesinar a uno de mis
Ángeles.
—Entonces por eso se me hacía familiar el nombre de
Touma… En alguna ocasión lo mencionaste con los ojos brillando de emoción.
Pensándolo bien, ahora entiendo la razón por la que esos dos hermanos pudieron
ascender hasta la Maravilla. Estoy
segura de que les diste tu bendición para que pudieran lograr tal proeza.
—Exactamente, amiga. Por eso te pido que respetes sus
vidas.
Mielikki no podía entender el porqué de la actitud de la
diosa griega de la luna. Le fue imposible deducir su razón para defender a los
humanos que habían levantado su puño contra los dioses, siendo ella misma quien
quiso castigar a la humanidad por su atrevimiento hace algunos años.
—Te desconozco, Artemisa —comentó mirando a su
interlocutora con extrañeza—. ¿Permites que humanos pisen territorio sagrado y
luego ruegas por sus vidas? ¡Pues no pienso perdonar su ofensa hacia nosotros!
¡Un poderoso dios ha caído a causa de su osadía!
El cosmos de la hermana mayor de Atenea empezaba a
tornarse amenazante. Ver en peligro al mortal que ella misma había elegido, le
parecía una grave ofensa.
—No vine hasta aquí para rogarte nada. Te lo estoy
exigiendo…
La tensión se hacía cada vez más abrumadora entre las
diosas de la caza.
—Me decepcionas, amiga. Se ve que olvidaste el orgullo de
ser una diosa del panteón griego. No podría olvidar los tiempos en los cuales
ambas cazábamos juntas y las demás deidades nos confundían como hermanas…
¿Dónde quedó esa orgullosa pequeña que practicaba con el arco todos los días
junto a mí? ¿Dónde quedó esa deidad digna, la cual compartía conmigo el respeto
a la belleza de lo natural?
—Está justo frente
a ti, Mielikki —le respondió la griega con mucha seguridad—, pero hay una
diferencia con la egoísta que conociste alguna vez.
—¡Yo sé cuál es la diferencia! —le interrumpió sobresaltada
la diosa del bosque—. Pude ver ese mismo sentimiento en los ojos de ese humano
que estás defendiendo. ¡Estás enamorada! ¡Enamorada de un simple mortal! No sé
qué fue lo que hizo ese guerrero para confundir tu corazón, pero no te
preocupes, en honor a nuestra amistad, yo misma te haré el favor de destruir
ese vínculo que te ata con los humanos. ¡Así regresarás a ser la misma de antes!
Sin vacilar, Mielikki alzó nuevamente su puño contra el
inconsciente Ícaro, pero en esa ocasión la diosa de la luna la detuvo tomándola
del guantelete con ambas manos. El diseño afilado de la protección del brazo
consiguió lastimar severamente las manos de Artemisa. Gotas de sangre divina
caían sobre el rostro del Ángel.
—Pude entenderla, Mielikki. Al fin comprendo a mi hermana
—aseguró aún forcejeando con su contraparte escandinava—. Pelear por amor es lo
que le da la fuerza. Y ahora, por primera vez, yo también pelearé para proteger
a mi Ángel Ícaro. ¡No! —se corrigió—, él es más que uno de mis Ángeles. ¡Es un
ser humano llamado Touma! ¡Y en recompensa a su amor y a su esfuerzo salvaré
las vidas de su hermana y su amiga!
Las emotivas palabras de Artemisa consiguieron desatar la
ira de su amiga divina, quien en señal de desprecio se alejó varios metros de
ella.
—Si tanto aprecias a ese humano, entonces dame tu vida a
cambio de la suya —le sugirió Mielikki con cinismo.
—No me confundas con mi hermana Atenea. Yo no me
sacrifico por quienes amo. ¡Yo peleo por ellos!
La ira de la finlandesa se desató en mayor proporción. La
palabra ‘amor’ articulada por Artemisa y su recién pronunciado desafío,
lograron sacarla de sus cabales.
—¡¿Amor?! ¡¿Qué derecho tienes tú para hablar de amor?!
¡Tú no has sentido jamás el dolor de ver destruidos los espíritus de tus dos
hijos! ¡El amor de una madre es mayor que el cariño que le puedas tener a un
simple humano!
El cosmos de Mielikki se expandió por primera vez hasta
el Último Sentido. La Gran Voluntad que era capaz de desatar un dios era algo
completamente abrumador, y más aún si ésta era reforzada por la ira, la
nostalgia y el dolor.
—¡Demuéstrame que tu amor es más fuerte que el mío! ¡Porque
si no me derrotas, acabaré sin vacilar con Touma y con todos los humanos!!!
Aquel terrible desafío fue aceptado en silencio por la
diosa griega de la luna, quien encendiendo su portentoso cosmos en la misma
proporción que Mielikki, materializó sobre su cuerpo su majestuoso Kamui. Por
primera vez desde la Era Mitológica se podía contemplar a Artemisa en toda su
gloria.
—Al lado de mi Armadura
Suprema, tu Kamui es un simple trasto —comentó con desprecio la diosa
finesa—. Estos ropajes supremos que fueron forjados por un dios bienhechor como
Viracocha, son superiores en todos los aspectos a las armaduras de los dioses
griegos.
—«La voz de Mielikki se quebró cuando mencionó a ese dios
inca —notó en silencio la deidad en Kamui—. No es solo la desaparición de sus
hijos lo que le duele».
Sin decir una palabra, Artemisa extrajo una flecha del
carcaj de su armadura y la colocó en el arco dorado que había aparecido en sus
manos. La deidad finesa la imitó y cargó una de sus flechas plateadas en Väinämöinen.
El terreno de la Maravilla Suprema había sido reforzado
por su creador, Brahma, con el objetivo de que los embates cósmicos que se
dieran en él, no lo dañen en gran proporción. Si este no hubiera sido el caso,
la fortaleza flotante habría sido destruida en el acto ante la formidable demostración
de poder de las dos diosas de la caza. El Último Sentido en su máximo esplendor
emanaba por cada célula de las deidades, quienes apuntando al corazón de la
otra, ni siquiera se dieron el tiempo de parpadear y solo podían concentrar su
mente en un único ataque que definiría su contienda final.
Los animales que habitaban el lugar parecieron intuir lo
que vendría a continuación, así que por puro instinto se alejaron aterrados de
la escena y se refugiaron en los rincones más lejanos del bosque.
Una única flecha daría por terminada la lid en territorio
escandinavo. El duelo final entre dos poderosas diosas estaba a punto de tener
lugar. Los ojos turquesa de Mielikki dejaban escapar una incontable cantidad de
lágrimas, las cuales se evaporaban al contacto con el metal de su armadura.
Artemisa por su parte, también lloraba apesadumbrada, ya que en realidad
ninguna de las dos quería hacerle daño a su amiga.
—¡Tuulikki, Nyyrikki, en su nombre obtendré esta
victoria!! ¡‘EL ÚLTIMO SACRIFICIO DE VÄINÄMÖINEN’!!!
—¡Touma, defenderé tu existencia y la de la humanidad con
la mía propia!! ¡‘LUZ DE LUNA RESPLANDECIENTE’!!!
Concentrando la inenarrable cantidad de energía de sus
técnicas magnas, ambas dispararon sus respectivas flechas al mismo tiempo. El
cosmos plateado de la deidad en ropaje supremo había abarcado la mitad del
Bosque de Luonnotar, mientras que la energía cósmica dorada de su contraparte
había cubierto la otra mitad.
Conforme avanzaban las veloces saetas, todo rastro de
vida vegetal se iba desintegrando en el acto. El simple contacto con la
abrumadora fuerza de los kens divinos era suficiente para matar todas las
plantas a su paso.
Justo en el momento en el que las flechas iban a chocar
una contra otra, ambas describieron una veloz espiral y pasaron de largo para
seguir su mortal trayectoria. Al final ambas consiguieron su objetivo de
impactar su ataque en el cuerpo de su oponente. Tras esto, se produjo un gran
destello destructor, cuya expansión fue capaz de derretir toda la nieve que
adornaba el bosque sagrado y destruir una gran proporción del mismo. El Templo Sagrado Finlandés se derrumbó
sobre sus cimientos al recibir aquella inimaginable cantidad de luz divina. Por
su parte, los inconscientes Touma, Marin y Shaina fueron alejados violentamente
por la onda de choque.
Tras la ola de destrucción, la luz se había disipado para
mostrar los estragos que ocasionaron las máximas técnicas de la griega y la
finlandesa. Un profundo silencio invadió lo que antes fue el pacífico Bosque de
Luonnotar.
En medio del lugar de las dos colisiones permanecían las
dos diosas frente a frente. Ambas se observaban respirando agitadamente.
—Tu ataque… no estaba reforzado solo por el amor a tus
hijos —aseguró Artemisa, recuperando el aliento.
La flecha plateada se había clavado directamente en el
corazón de la diosa griega, atravesando sin problemas su Kamui.
—Te felicito, amiga —continuó diciendo la diosa de la
luna, intentando disfrazar su dolor con una sonrisa—. Descubriste a último
momento un amor diferente al que tienes por tus hijos. Fue precisamente ese
sentimiento el que te dio más fuerza y te ayudó a vencerme. Justo en el momento
en el que tu flecha impactó sobre mí, pude sentir la presencia de otro dios… la
presencia del supremo inca, Viracocha… quien permanece siempre en tu mente y en
tu corazón.
Mielikki no supo cómo reaccionar ante las palabras de su
amiga agonizante, y en señal de pesar simplemente le retiró la mirada.
—Para mí esta no fue una victoria, Artemisa —musitó con
tristeza al ver que su amiga avanzaba hacia ella, caminando lentamente en
actitud digna.
Con cada paso que daba la deidad de la luna, una parte de
su Kamui se desintegraba, convirtiéndose en brillantes partículas de luz
blanca. A pesar de que su sangre divina teñía su vestido blanco, ella mantenía
en su rostro un semblante de paz absoluta.
—Mielikki, por favor regálame una última mirada —le pidió
la griega colocando la mano con delicadeza en la mejilla de la deidad del
bosque, al tiempo que le levantaba el rostro para que la observara—. Fue un
honor haberte conocido y tenido como amiga. Si el sacrificio de mi vida sirvió
para hacerte recapacitar, todo valió la pena.
—Artemisa… yo…
La finlandesa no pudo articular sus palabras. Su amiga se
despidió en silencio con una mirada amistosa, para luego darle las espaldas y
alejarse caminando serenamente entre los árboles.
Al verse sola, la diosa malherida tenía una sola cosa en
mente: Encontrar al humano que se había ganado su amor. Y aunque con cada paso
que daba, la flecha clavada en su pecho le desgarraba dolorosamente el corazón;
Artemisa prosiguió su marcha por una pronunciada pendiente.
En medio de su calvario, se encontró con la inconsciente
Shaina. Su armadura dorada estaba en gran parte destrozada, al igual que el
físico de su portadora.
—Esa Guerrera Dorada se enfrentó sola con Mielikki y
sobrevivió para contarlo —resaltó para sí—. Puedo notar además que mi amiga
utilizó su técnica sobre ella. Sería una pena que una vida tan valiosa se
pierda así.
Mientras sus sentidos físicos la iban abandonando,
Artemisa se percató de que a la Amazona le quedaban pocos minutos de vida a
causa de un poderoso veneno. Su única opción fue verter una generosa cantidad
de su sangre divina sobre la mujer de cabello verde.
—«Espero que eso sea suficiente para purificar tu cuerpo,
Amazona de Atenea —reflexionó alejándose de ella y prosiguiendo su tormentosa
marcha—. Tu responsabilidad todavía es grande como guerrera protectora de mi
hermana menor».
Tras varios minutos de avanzar entre la incertidumbre y
la desesperación, Artemisa consiguió dar con Touma. El Ángel parecía dormir a
la sombra de uno de los pocos sauces que todavía se mantenían en pie. Ver a
Ícaro rodeado de flores, siendo bañado por un resplandor divino, logró conmover
a la deidad de la luna.
—Mi querido Touma —le susurró tras arrodillarse a su lado
y acomodarlo delicadamente en su regazo—. Tú bien sabes que no te escogí por tu
fuerza. Fuiste el único que elegí entre todos los mortales porque lograste
cautivar mi corazón…
Miles de recuerdos golpearon repentinamente su mente en
forma de una secuencia de imágenes. Lágrimas emergieron espontáneamente de sus
ojos color miel al evocar tales memorias.
Hace muchos años, la vida de la orgullosa Artemisa en el
Olimpo se había convertido en una hastiante rutina, así que quiso alejarse de
ella descendiendo a la Tierra. Su objetivo era observar un poco a la humanidad
de la que se había alejado tanto. Por desgracia lo que vio en el planeta no fue
más que egoísmo, maldad, violencia y dolor.
En medio de aquel hostil mundo, un solitario joven
resaltó ante sus ojos por su valor, lealtad y determinación. Touma no desistía
en ver plasmado su más anhelado deseo: encontrar a su hermana mayor. Fue
precisamente durante su búsqueda, cuando ambos se encontraron por primera vez debido
a azares del destino.
Artemisa disfrutaba de una tranquila caminata por el
bosque. Tan abstraída estaba en observar las bellas mariposas que sobrevolaban
las flores, que no se percató de la presencia de un enorme oso que intentaba
atacarla. En medio de su confusión, la diosa apenas notó que había sido rescatada
del zarpazo de la bestia por un joven de cabello castaño. Ignorando la
identidad divina de la dama, Touma la había tomado en brazos y alejado de la
agresión.
Para ella el contacto humano le era completamente
desconocido, pero en aquella ocasión le pareció sublime sentir la calidez que
le ofreció el cuerpo del mortal. Por primera vez en toda su existencia se
sintió protegida y reconfortada por los acogedores latidos de corazón de un humano.
Tras amansar a la bestia con su poder divino, la deidad
había revelado su naturaleza de diosa y le había ofrecido a Touma un puesto
privilegiado a su lado. La oferta de convertirse en el Ángel de una deidad le
pareció la oportunidad perfecta para obtener el poder de encontrar a su
hermana, así que la aceptó sin dilaciones.
Los años pasaron y el vínculo de confianza que ambos
tenían se hacía más fuerte. Y aunque aquel contacto que tuvieron en su primer
encuentro no se volvió a repetir, la diosa siempre anheló encontrarse
nuevamente en brazos de su protector, aunque su orgullo divino no le permitía
admitirlo.
Pero el orgullo había quedado atrás en aquel momento
crítico. En ese momento era la diosa de la luna quien tenía entre sus brazos a
su Ángel en un afán de protegerlo.
—Es curioso como un detalle, que quizás parece tan
pequeño, logró conmover mi entonces frío corazón. Un simple contacto con tu
calidez me prendó de ti. Y solo ahora que es demasiado tarde te lo puedo
confesar con libertad.
Lágrimas de amargura y tristeza se entremezclaban con la
sangre que no dejaba de fluir por su herida de flecha.
—Nunca te di las gracias por estar siempre a mi lado —le
susurró, haciendo a un lado el cabello que le cubría la frente, al tiempo que
le retiraba el antifaz metálico para observar mejor su cara—. Touma… mi amado
Touma… Cómo me habría gustado ver tus hermosos ojos azules por última vez… pero
al menos la última imagen que contemplaré será la de tu rostro… Gracias por…
hacerme conocer… la felicidad del amor… Adiós… Touma…
Con las últimas fuerzas de su cuerpo físico, Artemisa
rodeó con los brazos al humano a quien amó y cerró los ojos para siempre. Tras
evocar su nombre con su aliento final, Artemisa dejó de existir reconfortada en
un tierno abrazo.
La diosa finlandesa llegó a la sombra de aquel sauce y
con frialdad observó la imagen de su amiga inerte, la cual sostenía con fuerza
al humano aun después de su deceso.
—«Su rostro… Nunca la había visto tan feliz… —reflexionó,
suavizando un poco sus facciones—. Acepto con honor que al final tu amor
resultó ser el más fuerte».
La flecha dorada que había disparado Artemisa se
materializó de repente, clavándose limpiamente en el corazón de Mielikki. Ni
siquiera la protección de su Armadura
Suprema logró detener la fuerza con la que arremetió la mortal sagita.
Ante su incredulidad y el intenso dolor de la herida, la
deidad finlandesa dejó caer el peso de su cuerpo y armadura sobre una rodilla,
a la vez que apoyaba los brazos en su arco a manera de bastón. Las fuerzas la
abandonaban a causa de la fatal herida.
—Me costó la vida comprender sus motivos para luchar.
Artemisa, Shaina, Marin, Touma… gracias por ayudarme a entender sus
sentimientos de amor puro. Es una lástima que sea demasiado tarde para mí…
La flecha cargada con tan inmensa cantidad de cosmos
divino, consumía poco a poco la vida de su cuerpo físico. Su espíritu divino
también se hacía cada vez más débil.
En sus últimos instantes de existencia, la imagen de la
deidad inca que la había cautivado apareció en su mente, lo cual provocó que
sonría por primera y única vez en toda su existencia. Aquella sonrisa, aunque
sincera y cálida, estaba llena de tristeza.
—Habría sido lindo… morir protegiendo a quien amé… Al
final… dejaré de existir en la absoluta soledad… sin mis hijos… sin mi amiga y…
sin ti, Viracocha…
El brillo de sus hermosos ojos turquesa se opacó para
siempre mientras sus párpados se iban cerrando. Mielikki murió en la posición
en la que había caído, tras derramar una incesante cantidad de lágrimas.
La sangre que brotaba de su pecho pareció expandirse a
gran velocidad por todo el territorio finlandés, restaurando milagrosamente
toda la vida vegetal que fue destruida por las dos técnicas divinas. Plantas,
árboles y flores renacieron a vertiginosa velocidad con el simple contacto de
la sangre divina con la tierra.
Cuando el silencio y la tranquilidad reinaron en el
lugar, todos los animales que se habían refugiado en el bosque dejaron sus
escondites y con cautela se acercaron y rodearon el cuerpo de Mielikki. Los
cientos de criaturas parecieron intuir la desaparición del cosmos protector de
su diosa, así que al verla inerte e inmóvil, exclamaron dolorosos lamentos que
inundaron todo el Bosque de Luonnotar. Desgarradores aullidos y bramidos de
lobos y osos lloraban la muerte de su diosa. De igual manera, el cantar de las
aves parecía entonar un triste réquiem por su deidad desaparecida, mientras
decenas de mariposas se posaban delicadamente sobre el metal reluciente de su
armadura.
La luz plateada del Calendario
Maya se apagó.
Continuará…