lunes, marzo 28, 2016

CAPÍTULO 26: MIELIKKI: EL PODER INFINITO DE LA NOSTALGIA Y EL DOLOR

[Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012
Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo

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CAPÍTULO 26: MIELIKKI: EL PODER INFINITO DE LA NOSTALGIA Y EL DOLOR



==Maravilla Suprema, Templo Sagrado Finlandés==     
    
—Solo un dios podía detener la embestida de esa flecha… —dijo titubeando la diosa, al tiempo que levantaba aquel maíz dorado y lo miraba con añoranza. El dolor había desaparecido de su vientre y había sido reemplazado por un alivio sublime—. Los últimos residuos de tu espíritu seguían viviendo dentro de esa mazorca. Me salvaste amortiguando ese ataque a último momento, Viracocha…
Sus bellos ojos turquesa dejaban escapar una incontable cantidad de lágrimas. La espontaneidad de su repentino llanto le sorprendió.
—«¿Pero qué son estas lágrimas? —reflexionó, sintiendo una profunda nostalgia—. Una diosa no llora, ni se lamenta por la muerte de quienes tiene cerca. Esto es culpa de Yggdrasil por darnos cuerpos tan parecidos a los humanos».
Negar sus sentimientos era la forma en la que la orgullosa Mielikki admitía que había descubierto la verdadera intensidad de los mismos. La deidad finesa jamás expresaría con libertad lo que verdaderamente sentía tras la desaparición definitiva su aliado inca ni la de sus dos hijos.
Solo fue capaz de dejar su orgullo por un corto instante al verse sola, y tras acercar a su rostro la mazorca de oro, le dio un pequeño beso entre lágrimas de tristeza.
—Incluso después de dejar de existir, me salvaste. Gracias, Viracocha. Jamás te olvidaré…
El sentimiento de amargura y tristeza por sus recientes pérdidas invadió hasta los últimos rincones de su corazón. El momento emotivo hacía que su pesar se transformara poco a poco en un intenso odio, el cual alimentaba su afán de venganza.
Al levantar la cabeza, a quien primero vio fue a Ícaro, yaciendo boca abajo en el césped. Sin pensarlo dos veces, se le acercó con el fin de descargar su dolor.
—Ahora más que nunca haré que los humanos paguen por haberse rebelado contra nosotros. Tú serás el primero en ser sacrificado por los pecados de la humanidad, Touma. Al final no pudiste demostrarme que tu amor era el más fuerte.
Tras arrebatarle su arco y aljaba de las manos, la diosa de cabellos de oro dirigió una furiosa mirada al humano. En su mente solo estaba presente el deseo de asesinarlo, al igual que a sus dos compañeras.
—Ustedes los humanos son un peligro para los dioses —manifestó, cargando su poder divino en la parte afilada del guantelete de su armadura—.  ¡Estamos en lo correcto al querer eliminar a una raza tan violenta como la humana!!
Un fatal golpe lleno de odio y dolor fue dirigido al cuello del indefenso Ícaro. Mielikki quería arrancarle la cabeza sin dilaciones. No obstante, algo hizo que detenga intempestivamente la trayectoria del mortal embate centímetros antes de que éste impacte.
—Este inmenso cosmos… —farfulló con incredulidad—. Lo conozco demasiado bien…
Pese a que el día apenas comenzaba, y pese al brillo que usualmente se desprendía de la Maravilla Suprema; el ambiente se había oscurecido por completo. La imagen del firmamento que mostraba el destruido Santuario de Atenea, fue reemplazada unos instantes por la proyección de una luna plateada extremadamente gigantesca.
Entre los árboles blanqueados por la nieve, una presencia magnánima había aparecido. El bosque entero había enmudecido ante aquel cálido cosmos que abarcaba todo el territorio finés.
—¿A qué debo el honor de tu visita? —preguntó a la nada la irónica diosa en Armadura Suprema—. No debe ser coincidencia el hecho de que mi vieja amiga haya decidido ascender hasta mi morada… Ha pasado mucho tiempo desde que no nos veíamos… Artemisa…
La mencionada diosa griega de la caza hizo su aparición frente a su contraparte finlandesa. Sus ondulados cabellos rubios parecían danzar suavemente ante la caricia del viento, al igual que su inmaculado vestido blanco. La mirada color miel de Artemisa se clavó con serenidad en los alterados ojos turquesa de la escandinava.
—Mielikki, amiga mía… —le dijo con un hilo de voz a manera de saludo—. Creí que no te agradaba usar armadura.
—Así es, Artemisa. Se ve que recuerdas bien aquella ocasión en la que te dije que una armadura impediría mi contacto directo con el bosque —respondió la aludida con mucha seguridad, encarando a su visitante con un porte solemne—. Estoy usando este ropaje como una forma de homenajear a su creador.
—Quisiera decir que no has perdido la nobleza que siempre te caracterizó, pero no es así. Te veo allí, intentando asesinar a uno de mis Ángeles.
—Entonces por eso se me hacía familiar el nombre de Touma… En alguna ocasión lo mencionaste con los ojos brillando de emoción. Pensándolo bien, ahora entiendo la razón por la que esos dos hermanos pudieron ascender hasta la Maravilla. Estoy segura de que les diste tu bendición para que pudieran lograr tal proeza.
—Exactamente, amiga. Por eso te pido que respetes sus vidas.
Mielikki no podía entender el porqué de la actitud de la diosa griega de la luna. Le fue imposible deducir su razón para defender a los humanos que habían levantado su puño contra los dioses, siendo ella misma quien quiso castigar a la humanidad por su atrevimiento hace algunos años.
—Te desconozco, Artemisa —comentó mirando a su interlocutora con extrañeza—. ¿Permites que humanos pisen territorio sagrado y luego ruegas por sus vidas? ¡Pues no pienso perdonar su ofensa hacia nosotros! ¡Un poderoso dios ha caído a causa de su osadía!
El cosmos de la hermana mayor de Atenea empezaba a tornarse amenazante. Ver en peligro al mortal que ella misma había elegido, le parecía una grave ofensa.
—No vine hasta aquí para rogarte nada. Te lo estoy exigiendo…
La tensión se hacía cada vez más abrumadora entre las diosas de la caza.
—Me decepcionas, amiga. Se ve que olvidaste el orgullo de ser una diosa del panteón griego. No podría olvidar los tiempos en los cuales ambas cazábamos juntas y las demás deidades nos confundían como hermanas… ¿Dónde quedó esa orgullosa pequeña que practicaba con el arco todos los días junto a mí? ¿Dónde quedó esa deidad digna, la cual compartía conmigo el respeto a la belleza de lo natural?
 —Está justo frente a ti, Mielikki —le respondió la griega con mucha seguridad—, pero hay una diferencia con la egoísta que conociste alguna vez.
—¡Yo sé cuál es la diferencia! —le interrumpió sobresaltada la diosa del bosque—. Pude ver ese mismo sentimiento en los ojos de ese humano que estás defendiendo. ¡Estás enamorada! ¡Enamorada de un simple mortal! No sé qué fue lo que hizo ese guerrero para confundir tu corazón, pero no te preocupes, en honor a nuestra amistad, yo misma te haré el favor de destruir ese vínculo que te ata con los humanos. ¡Así regresarás a ser la misma de antes!
Sin vacilar, Mielikki alzó nuevamente su puño contra el inconsciente Ícaro, pero en esa ocasión la diosa de la luna la detuvo tomándola del guantelete con ambas manos. El diseño afilado de la protección del brazo consiguió lastimar severamente las manos de Artemisa. Gotas de sangre divina caían sobre el rostro del Ángel.
—Pude entenderla, Mielikki. Al fin comprendo a mi hermana —aseguró aún forcejeando con su contraparte escandinava—. Pelear por amor es lo que le da la fuerza. Y ahora, por primera vez, yo también pelearé para proteger a mi Ángel Ícaro. ¡No! —se corrigió—, él es más que uno de mis Ángeles. ¡Es un ser humano llamado Touma! ¡Y en recompensa a su amor y a su esfuerzo salvaré las vidas de su hermana y su amiga!
Las emotivas palabras de Artemisa consiguieron desatar la ira de su amiga divina, quien en señal de desprecio se alejó varios metros de ella.
—Si tanto aprecias a ese humano, entonces dame tu vida a cambio de la suya —le sugirió Mielikki con cinismo.
—No me confundas con mi hermana Atenea. Yo no me sacrifico por quienes amo. ¡Yo peleo por ellos!
La ira de la finlandesa se desató en mayor proporción. La palabra ‘amor’ articulada por Artemisa y su recién pronunciado desafío, lograron sacarla de sus cabales.
—¡¿Amor?! ¡¿Qué derecho tienes tú para hablar de amor?! ¡Tú no has sentido jamás el dolor de ver destruidos los espíritus de tus dos hijos! ¡El amor de una madre es mayor que el cariño que le puedas tener a un simple humano!
El cosmos de Mielikki se expandió por primera vez hasta el Último Sentido. La Gran Voluntad que era capaz de desatar un dios era algo completamente abrumador, y más aún si ésta era reforzada por la ira, la nostalgia y el dolor.
—¡Demuéstrame que tu amor es más fuerte que el mío! ¡Porque si no me derrotas, acabaré sin vacilar con Touma y con todos los humanos!!!
Aquel terrible desafío fue aceptado en silencio por la diosa griega de la luna, quien encendiendo su portentoso cosmos en la misma proporción que Mielikki, materializó sobre su cuerpo su majestuoso Kamui. Por primera vez desde la Era Mitológica se podía contemplar a Artemisa en toda su gloria.
—Al lado de mi Armadura Suprema, tu Kamui es un simple trasto —comentó con desprecio la diosa finesa—. Estos ropajes supremos que fueron forjados por un dios bienhechor como Viracocha, son superiores en todos los aspectos a las armaduras de los dioses griegos.
—«La voz de Mielikki se quebró cuando mencionó a ese dios inca —notó en silencio la deidad en Kamui—. No es solo la desaparición de sus hijos lo que le duele».
Sin decir una palabra, Artemisa extrajo una flecha del carcaj de su armadura y la colocó en el arco dorado que había aparecido en sus manos. La deidad finesa la imitó y cargó una de sus flechas plateadas en Väinämöinen.
El terreno de la Maravilla Suprema había sido reforzado por su creador, Brahma, con el objetivo de que los embates cósmicos que se dieran en él, no lo dañen en gran proporción. Si este no hubiera sido el caso, la fortaleza flotante habría sido destruida en el acto ante la formidable demostración de poder de las dos diosas de la caza. El Último Sentido en su máximo esplendor emanaba por cada célula de las deidades, quienes apuntando al corazón de la otra, ni siquiera se dieron el tiempo de parpadear y solo podían concentrar su mente en un único ataque que definiría su contienda final.
Los animales que habitaban el lugar parecieron intuir lo que vendría a continuación, así que por puro instinto se alejaron aterrados de la escena y se refugiaron en los rincones más lejanos del bosque.
Una única flecha daría por terminada la lid en territorio escandinavo. El duelo final entre dos poderosas diosas estaba a punto de tener lugar. Los ojos turquesa de Mielikki dejaban escapar una incontable cantidad de lágrimas, las cuales se evaporaban al contacto con el metal de su armadura. Artemisa por su parte, también lloraba apesadumbrada, ya que en realidad ninguna de las dos quería hacerle daño a su amiga.
—¡Tuulikki, Nyyrikki, en su nombre obtendré esta victoria!! ¡‘EL ÚLTIMO SACRIFICIO DE VÄINÄMÖINEN’!!!
—¡Touma, defenderé tu existencia y la de la humanidad con la mía propia!! ¡‘LUZ DE LUNA RESPLANDECIENTE’!!!
Concentrando la inenarrable cantidad de energía de sus técnicas magnas, ambas dispararon sus respectivas flechas al mismo tiempo. El cosmos plateado de la deidad en ropaje supremo había abarcado la mitad del Bosque de Luonnotar, mientras que la energía cósmica dorada de su contraparte había cubierto la otra mitad.
Conforme avanzaban las veloces saetas, todo rastro de vida vegetal se iba desintegrando en el acto. El simple contacto con la abrumadora fuerza de los kens divinos era suficiente para matar todas las plantas a su paso.
Justo en el momento en el que las flechas iban a chocar una contra otra, ambas describieron una veloz espiral y pasaron de largo para seguir su mortal trayectoria. Al final ambas consiguieron su objetivo de impactar su ataque en el cuerpo de su oponente. Tras esto, se produjo un gran destello destructor, cuya expansión fue capaz de derretir toda la nieve que adornaba el bosque sagrado y destruir una gran proporción del mismo. El Templo Sagrado Finlandés se derrumbó sobre sus cimientos al recibir aquella inimaginable cantidad de luz divina. Por su parte, los inconscientes Touma, Marin y Shaina fueron alejados violentamente por la onda de choque.
Tras la ola de destrucción, la luz se había disipado para mostrar los estragos que ocasionaron las máximas técnicas de la griega y la finlandesa. Un profundo silencio invadió lo que antes fue el pacífico Bosque de Luonnotar.
En medio del lugar de las dos colisiones permanecían las dos diosas frente a frente. Ambas se observaban respirando agitadamente.
—Tu ataque… no estaba reforzado solo por el amor a tus hijos —aseguró Artemisa, recuperando el aliento.
La flecha plateada se había clavado directamente en el corazón de la diosa griega, atravesando sin problemas su Kamui.
—Te felicito, amiga —continuó diciendo la diosa de la luna, intentando disfrazar su dolor con una sonrisa—. Descubriste a último momento un amor diferente al que tienes por tus hijos. Fue precisamente ese sentimiento el que te dio más fuerza y te ayudó a vencerme. Justo en el momento en el que tu flecha impactó sobre mí, pude sentir la presencia de otro dios… la presencia del supremo inca, Viracocha… quien permanece siempre en tu mente y en tu corazón.
Mielikki no supo cómo reaccionar ante las palabras de su amiga agonizante, y en señal de pesar simplemente le retiró la mirada.
—Para mí esta no fue una victoria, Artemisa —musitó con tristeza al ver que su amiga avanzaba hacia ella, caminando lentamente en actitud digna.
Con cada paso que daba la deidad de la luna, una parte de su Kamui se desintegraba, convirtiéndose en brillantes partículas de luz blanca. A pesar de que su sangre divina teñía su vestido blanco, ella mantenía en su rostro un semblante de paz absoluta.
—Mielikki, por favor regálame una última mirada —le pidió la griega colocando la mano con delicadeza en la mejilla de la deidad del bosque, al tiempo que le levantaba el rostro para que la observara—. Fue un honor haberte conocido y tenido como amiga. Si el sacrificio de mi vida sirvió para hacerte recapacitar, todo valió la pena.
—Artemisa… yo…
La finlandesa no pudo articular sus palabras. Su amiga se despidió en silencio con una mirada amistosa, para luego darle las espaldas y alejarse caminando serenamente entre los árboles.
Al verse sola, la diosa malherida tenía una sola cosa en mente: Encontrar al humano que se había ganado su amor. Y aunque con cada paso que daba, la flecha clavada en su pecho le desgarraba dolorosamente el corazón; Artemisa prosiguió su marcha por una pronunciada pendiente.
En medio de su calvario, se encontró con la inconsciente Shaina. Su armadura dorada estaba en gran parte destrozada, al igual que el físico de su portadora.
—Esa Guerrera Dorada se enfrentó sola con Mielikki y sobrevivió para contarlo —resaltó para sí—. Puedo notar además que mi amiga utilizó su técnica sobre ella. Sería una pena que una vida tan valiosa se pierda así.
Mientras sus sentidos físicos la iban abandonando, Artemisa se percató de que a la Amazona le quedaban pocos minutos de vida a causa de un poderoso veneno. Su única opción fue verter una generosa cantidad de su sangre divina sobre la mujer de cabello verde.
—«Espero que eso sea suficiente para purificar tu cuerpo, Amazona de Atenea —reflexionó alejándose de ella y prosiguiendo su tormentosa marcha—. Tu responsabilidad todavía es grande como guerrera protectora de mi hermana menor».
Tras varios minutos de avanzar entre la incertidumbre y la desesperación, Artemisa consiguió dar con Touma. El Ángel parecía dormir a la sombra de uno de los pocos sauces que todavía se mantenían en pie. Ver a Ícaro rodeado de flores, siendo bañado por un resplandor divino, logró conmover a la deidad de la luna.
—Mi querido Touma —le susurró tras arrodillarse a su lado y acomodarlo delicadamente en su regazo—. Tú bien sabes que no te escogí por tu fuerza. Fuiste el único que elegí entre todos los mortales porque lograste cautivar mi corazón…
Miles de recuerdos golpearon repentinamente su mente en forma de una secuencia de imágenes. Lágrimas emergieron espontáneamente de sus ojos color miel al evocar tales memorias.
Hace muchos años, la vida de la orgullosa Artemisa en el Olimpo se había convertido en una hastiante rutina, así que quiso alejarse de ella descendiendo a la Tierra. Su objetivo era observar un poco a la humanidad de la que se había alejado tanto. Por desgracia lo que vio en el planeta no fue más que egoísmo, maldad, violencia y dolor.
En medio de aquel hostil mundo, un solitario joven resaltó ante sus ojos por su valor, lealtad y determinación. Touma no desistía en ver plasmado su más anhelado deseo: encontrar a su hermana mayor. Fue precisamente durante su búsqueda, cuando ambos se encontraron por primera vez debido a azares del destino.
Artemisa disfrutaba de una tranquila caminata por el bosque. Tan abstraída estaba en observar las bellas mariposas que sobrevolaban las flores, que no se percató de la presencia de un enorme oso que intentaba atacarla. En medio de su confusión, la diosa apenas notó que había sido rescatada del zarpazo de la bestia por un joven de cabello castaño. Ignorando la identidad divina de la dama, Touma la había tomado en brazos y alejado de la agresión.
Para ella el contacto humano le era completamente desconocido, pero en aquella ocasión le pareció sublime sentir la calidez que le ofreció el cuerpo del mortal. Por primera vez en toda su existencia se sintió protegida y reconfortada por los acogedores latidos de corazón de un humano.
Tras amansar a la bestia con su poder divino, la deidad había revelado su naturaleza de diosa y le había ofrecido a Touma un puesto privilegiado a su lado. La oferta de convertirse en el Ángel de una deidad le pareció la oportunidad perfecta para obtener el poder de encontrar a su hermana, así que la aceptó sin dilaciones.
Los años pasaron y el vínculo de confianza que ambos tenían se hacía más fuerte. Y aunque aquel contacto que tuvieron en su primer encuentro no se volvió a repetir, la diosa siempre anheló encontrarse nuevamente en brazos de su protector, aunque su orgullo divino no le permitía admitirlo.
Pero el orgullo había quedado atrás en aquel momento crítico. En ese momento era la diosa de la luna quien tenía entre sus brazos a su Ángel en un afán de protegerlo.
—Es curioso como un detalle, que quizás parece tan pequeño, logró conmover mi entonces frío corazón. Un simple contacto con tu calidez me prendó de ti. Y solo ahora que es demasiado tarde te lo puedo confesar con libertad.
Lágrimas de amargura y tristeza se entremezclaban con la sangre que no dejaba de fluir por su herida de flecha.
—Nunca te di las gracias por estar siempre a mi lado —le susurró, haciendo a un lado el cabello que le cubría la frente, al tiempo que le retiraba el antifaz metálico para observar mejor su cara—. Touma… mi amado Touma… Cómo me habría gustado ver tus hermosos ojos azules por última vez… pero al menos la última imagen que contemplaré será la de tu rostro… Gracias por… hacerme conocer… la felicidad del amor… Adiós… Touma…
Con las últimas fuerzas de su cuerpo físico, Artemisa rodeó con los brazos al humano a quien amó y cerró los ojos para siempre. Tras evocar su nombre con su aliento final, Artemisa dejó de existir reconfortada en un tierno abrazo.
La diosa finlandesa llegó a la sombra de aquel sauce y con frialdad observó la imagen de su amiga inerte, la cual sostenía con fuerza al humano aun después de su deceso.
—«Su rostro… Nunca la había visto tan feliz… —reflexionó, suavizando un poco sus facciones—. Acepto con honor que al final tu amor resultó ser el más fuerte».
La flecha dorada que había disparado Artemisa se materializó de repente, clavándose limpiamente en el corazón de Mielikki. Ni siquiera la protección de su Armadura Suprema logró detener la fuerza con la que arremetió la mortal sagita.
Ante su incredulidad y el intenso dolor de la herida, la deidad finlandesa dejó caer el peso de su cuerpo y armadura sobre una rodilla, a la vez que apoyaba los brazos en su arco a manera de bastón. Las fuerzas la abandonaban a causa de la fatal herida.
—Me costó la vida comprender sus motivos para luchar. Artemisa, Shaina, Marin, Touma… gracias por ayudarme a entender sus sentimientos de amor puro. Es una lástima que sea demasiado tarde para mí…
La flecha cargada con tan inmensa cantidad de cosmos divino, consumía poco a poco la vida de su cuerpo físico. Su espíritu divino también se hacía cada vez más débil.
En sus últimos instantes de existencia, la imagen de la deidad inca que la había cautivado apareció en su mente, lo cual provocó que sonría por primera y única vez en toda su existencia. Aquella sonrisa, aunque sincera y cálida, estaba llena de tristeza.
—Habría sido lindo… morir protegiendo a quien amé… Al final… dejaré de existir en la absoluta soledad… sin mis hijos… sin mi amiga y… sin ti, Viracocha…
El brillo de sus hermosos ojos turquesa se opacó para siempre mientras sus párpados se iban cerrando. Mielikki murió en la posición en la que había caído, tras derramar una incesante cantidad de lágrimas.
La sangre que brotaba de su pecho pareció expandirse a gran velocidad por todo el territorio finlandés, restaurando milagrosamente toda la vida vegetal que fue destruida por las dos técnicas divinas. Plantas, árboles y flores renacieron a vertiginosa velocidad con el simple contacto de la sangre divina con la tierra.
Cuando el silencio y la tranquilidad reinaron en el lugar, todos los animales que se habían refugiado en el bosque dejaron sus escondites y con cautela se acercaron y rodearon el cuerpo de Mielikki. Los cientos de criaturas parecieron intuir la desaparición del cosmos protector de su diosa, así que al verla inerte e inmóvil, exclamaron dolorosos lamentos que inundaron todo el Bosque de Luonnotar. Desgarradores aullidos y bramidos de lobos y osos lloraban la muerte de su diosa. De igual manera, el cantar de las aves parecía entonar un triste réquiem por su deidad desaparecida, mientras decenas de mariposas se posaban delicadamente sobre el metal reluciente de su armadura.
La luz plateada del Calendario Maya se apagó.

Continuará…

viernes, marzo 18, 2016

CAPÍTULO 25: LA LEYENDA DE ÍCARO, EL ÁGUILA Y EL OFIUCO

[Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012
Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo

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CAPÍTULO 25: LA LEYENDA DE ÍCARO, EL ÁGUILA Y EL OFIUCO



==Maravilla Suprema, Inmediaciones del Templo Sagrado Finlandés==  
 
La deidad en ropajes supremos paseaba por los exteriores de su templo. El ajetreo de la contienda recién librada había alterado sus nervios, así que necesitaba relajarse contemplando la belleza del Bosque de Luonnotar.
—«Es reconfortante encontrarme sola con la naturaleza —reflexionó, dando un suspiro de alivio—. Al final esa guerrera se amedrentó por mi poder y se marchó en paz de mi territorio».
Pero había algo que seguía perturbándola, así que al verse sola, se sintió libre de expresar lo que verdaderamente atormentaba su corazón.
—El deceso de Mirja y Rasmus… —expresó con inusual tristeza—, en realidad siento un desgarrador dolor por sus muertes… Todavía no puedo creer que un par de Caballeros de Bronce los hayan derrotado y asesinado.
—Es interesante conocer tu lado sensible, diosa finlandesa —intervino una voz a espaldas de la aludida—. A pesar de tener una apariencia delicada, la has escondido bajo esa imponente armadura y ese rostro lleno de seguridad que muestra gran fortaleza de carácter. Veo que esa era solo una máscara que ocultaba tu verdadero ser.
—No hables como si me conocieras, humana —profirió la diosa de cabellos rubios, volteándose para resaltar su semblante desencajado por la ira.
Su ceño fruncido y sus ojos turquesa resplandeciendo de furia, hacían evidente su cólera, mas lo que vio cuando encaró a Shaina, la alteró más todavía.
—Así que más invasores se han atrevido a irrumpir en mi territorio —comentó en tono despectivo, regalándoles una mirada de desprecio a los tres guerreros—. Pero da igual cuántos humanos conflictivos sean, el resultado siempre será el mismo.
—Mi nombre es Marin, Amazona de Plata de Águila —se presentó la mujer castaña que cubría su rostro con una máscara—. Y mi deber es detenerte, aunque para eso tenga que sacrificar mi vida.
—Y yo soy Touma —la secundó el hombre en antifaz metálico, al tiempo que alzaba la guardia—. Y no descansaré hasta eliminar la amenaza que representas.
 Mielikki parecía escrutar con la mirada a los recién llegados. Un ligero sentimiento de nostalgia se apoderó de ella.
—Ustedes dos son hermanos, ¿cierto? —los cuestionó la deidad, disfrazando su sentimiento de añoranza con su habitual hablar lleno de superioridad—. Me recuerdan bastante a mis Guardianes.
La diosa finesa retrajo las seis alas de su Armadura Suprema y acomodó su arco junto al carcaj que llevaba en la espalda. Tras esto, alzó los brazos para colocarlos en una inusual pose de batalla.
—¿Qué planeas, Mielikki? —le cuestionó Shaina, al ver la guardia alta de la enemiga—. No creas que nos intimidarás con otra de tus técnicas.
—Quieres defender a tus alumnos en la Tierra, ¿cierto, Amazona Dorada? —le preguntó, sabiendo de antemano la respuesta—. ¡Pues entonces deberán demostrarme que pueden ser tan fuertes como mis Guardianes! ¡Recibirán la fuerza de mis ataques físicos! —añadió desafiante—. ¡Solo si detienen estos embates, perdonaré a Narella, Theron y a toda la humanidad!
Shaina, Marin y Touma sabían que no debían confiarse, incluso cuando la diosa escandinava poseía una contextura física aparentemente frágil.
—No desaprovecharemos la ocasión que nos ofreces, Mielikki —intervino la Amazona de Águila en nombre de sus compañeros—. Si nos estás dando una oportunidad para salvar a quienes apreciamos, entonces la aceptamos de buena gana.
Tras la sentencia, la diosa en Armadura Suprema desapareció de la vista de los tres guerreros humanos, quienes aprovecharon este lapsus para colocarse en una estratégica formación. Se habían posicionado en un triángulo, dándose las espaldas para flanquear cada punto por el que pudiera aparecer su peligrosa rival.
A una velocidad superior a la de la luz, la escandinava reapareció a un costado de Touma, quien apenas y pudo verla a centímetros de él. El Ángel de Artemisa tuvo la suficiente velocidad y capacidad de reacción para detener con ambas manos un poderoso codazo que se dirigía a su torso. No obstante, la fuerza física con la que venía cargado aquel fortísimo golpe, logró romper su defensa y estrellarse de lleno contra su pecho. La protección metálica del cuerpo de su gloria de Ícaro quedó destrozada en el acto.
El golpe que recibió el hombre castaño fue de una potencia tan apabullante, que fue capaz de proyectarlo en línea recta contra una de las cuatro murallas que rodeaban el Templo Sagrado Finlandés. La pared metálica fue destrozada en gran proporción.
—Uno menos —profirió la deidad para sí misma, dirigiendo su atención a la Guerrera de Plata.
Mielikki utilizó toda la fuerza física de sus piernas para dar un portentoso salto, el cual la elevó varios metros en el aire.
—¡Así es como ataca una verdadera águila! —alardeó ella, mientras se encontraba suspendida en las alturas—. ¡Desaparece, Marin!
La Guerrera no se intimidó y en un intento por detener a su contendiente, ejecutó una de sus técnicas.
—¡Este es el auténtico ken del Águila! ¡‘Estrellas Fugaces’! —exclamó la doncella enmascarada, dejando escapar de sus puños un sinnúmero de meteoros luminosos.
La atacante divina recibió todas las arremetidas sin siquiera inmutarse o detener su trayectoria. La perfecta defensa que le otorgaba aquella armadura de resistencia superior a un Kamui, resultó ser una protección más que eficaz.
El vertiginoso descenso de la finesa tenía como objetivo imprimir más fuerza a la patada que planeaba propinarle a su indefensa víctima. Y en efecto, Marin apenas pudo levantar la cara y ni siquiera vio venir el fuerte golpe que le asestaron en el centro de la frente con el tacón de la pernera de la Armadura Suprema. La máscara que cubría sus facciones quedó resquebrajada, mientras que su portadora caía fuertemente de espaldas contra la tierra. Producto del terrible impacto, una profunda grieta se abrió en medio del pasto.
—Ahora van dos —prosiguió contando la de cabellos de oro, aterrizando y clavando su mirada en la Guerrera Dorada.
A pesar de que su recién despertado Séptimo Sentido le permitía vislumbrar mejor los movimientos de su oponente, Shaina fue incapaz de ver venir el poderoso puñetazo que se estrelló por debajo de su mentón. La onda de choque producida por tal acometida fue tan devastadora, que consiguió despedazar su casco dorado de Ofiuco y elevarla cientos de metros en el aire.
El ser entero de la humana había sido sacudido por semejante embate. Su mermada capacidad de orientación provocó la pesada caída de su cuerpo sobre la tierra.
Aquella diosa, que en apariencia lucía tan delicada como una hermosa flor, en realidad poseía una fuerza física formidable, comparable incluso con la del mismo Viracocha.
—Y esa fue la última —terminó de decir, al ver a los tres guerreros humanos que habían cometido la osadía de desafiarla, yaciendo completamente derrotados sobre el pasto.
Marin, Touma y Shaina se encontraban al borde de la muerte. Difícilmente hubieran sido capaces de resistir a la arremetida física de un dios.
—Aunque su valor y constancia fueron dignos de un ser divino, era imposible que solo tres humanos de bajo poder derroten a una diosa. Ni siquiera puedo entender cómo fue que ascendieron hasta acá esos dos hermanos. Tampoco puedo sentir el Octavo Sentido en sus seres.
Sentenciada su victoria, la deidad del bosque extendió nuevamente las seis alas de su Armadura Suprema. Estaba dispuesta a invadir la Tierra. Su sentimiento de venganza estaba más vivo que nunca.
—Castigaré a los humanos por su afrenta —condenó entre dientes, observando a las alturas—. La muerte de Viracocha y mis Guardianes no quedará impune.
—Espera… Mielikki… —intervino la entrecortada voz de Marin.
Increíblemente la Guerrera aún mantenía la consciencia a pesar de su deplorable estado. Su armadura de plata estaba hecha añicos, al igual que varios de sus huesos y una proporción de su máscara. Apenas y se podía observar su ojo izquierdo, clavado con determinación en los de su oponente divina.
—¿Cómo es posible que una diosa como tú, que se muestra tan severa y seria, se duela tanto por la muerte de su compañero y sus subordinados? —preguntó la mujer castaña, con el aliento apenas recuperado.
—¡No te atrevas a llamarlos “subordinados” nuevamente! —contestó, perdiendo los cabales por un instante—. Primeramente, Viracocha era un dios bondadoso que no merecía desaparecer en manos de los humanos, y en segundo lugar…
A la diosa le pareció que un nudo en la garganta le impidió articular sus próximas palabras. Era un profundo dolor lo que sentía al recordar los rostros de sus Guardianes.
—Mirja y Rasmus… eran mis hijos —reveló, para sorpresa de Marin y sus compañeros, quienes también habían recuperado la consciencia.
—¡¿Tus… hijos?! —inquirió incrédula Shaina, quien había conocido y enfrentado a la Guardiana de Sauce—. ¡¿Entonces Narella y Theron consiguieron derrotar a dos dioses?!
—No precisamente, Guerrera —comenzó a explicar la aludida con una mezcla de pesar e incomodidad—. La naturaleza de quienes nosotros los dioses llamamos ‘Guardianes’, sin duda es divina como la nuestra. De hecho, algunos de los Guardianes de otras deidades son reencarnaciones de dioses en cuerpos humanos. No obstante, hasta el momento ninguno de ellos ha desarrollado el cien por ciento de su potencial divino; esto debido al hecho de que apenas están acostumbrándose a sus cuerpos humanos. Precisamente, aquellos avatares de dioses en algún momento fueron personas normales que nacieron predestinadas a albergar algún día un espíritu divino. Esa es la gran diferencia entre los Guardianes y nosotros los diez dioses de la Alianza Suprema, quienes poseemos cuerpos de naturaleza divina que nos permiten desarrollar el cien por ciento de nuestro potencial.
La voz de Mielikki se quebró por un instante, pero no perdió el hilo de su explicación.
—Ese fue precisamente el caso de Mirja y Rasmus, o mejor dicho, de mi hija Tuulikki y mi hijo Nyyrikki. El proceso de la asimilación de sus espíritus, estaba tan incompleto, que ni siquiera podían controlar las emociones de sus cuerpos humanos. Por esa razón, no estaban conscientes de su parentesco, origen y poder divino.
A los tres abatidos guerreros les dio la impresión de que la diosa en Armadura Suprema derramaría lágrimas en cualquier momento.
—No debí acoger jamás su propuesta de reclutarlos como mis Guardianes para asegurar la victoria, pero ellos insistieron tanto en ayudarme en esta batalla —prosiguió con amargura—. ¡Ellos no merecían desaparecer por el bienestar de su madre!
—Entiendo el dolor de perder a un ser querido —intervino Ícaro, tras quitarse de encima varios escombros metálicos—. La mayor parte de mi vida tuve que sobrevivir solo, sin la hermana a quien siempre amé. Me dije a mí mismo que quería ser como ustedes los dioses para olvidarme de ella y de mis sentimientos, pero al final no pude hacerlo. Fue precisamente ese amor por mi ser más querido lo que me ayudó a recapacitar.
 —Tu nombre es Touma, ¿cierto? Aprecio tu intento por consolarme, pero no creas que eso cambia lo que pienso sobre ustedes los humanos —sentenció la finlandesa, recuperando su actitud habitual—. Perdieron la oportunidad que les di para salvar a quienes aprecian. Ahora ya no hay nada que me detenga, así que me marcho.
Las seis alas plateadas del ropaje sagrado se agitaron, elevando a su portadora un par de metros.
—¡Detente, Mielikki! —le exigió el Ángel de Artemisa con autoridad.
Lo que ella observó cuando giró el rostro para encararlo, hizo que entrecerrara los ojos en señal de desprecio: Pese a que parecía que Touma era el que más castigo físico había recibido de los tres, se las había arreglado para reincorporarse de los escombros metálicos de la muralla. Su destrozada gloria de Ícaro, al igual que su antifaz, mostraban el estado lamentable en el que se encontraba su dueño. Sin embargo, lo que desató la aversión de la diosa de la caza fue ver al guerrero sosteniendo su propio arco y flecha supremos. Touma había logrado arrebatárselos sin que ella se diera cuenta, justo en el momento en que fue atacado. Väinämöinen se encontraba en las manos de un humano…
—Pese a tu dureza de sentimientos, aún así nos has mostrado que posees cualidades humanas. El dolor que sientes por la pérdida de tus hijos nos indica tu bondad oculta —aseveró con decisión Ícaro, apuntándole con el arma—. Conozco a una deidad que es igual de orgullosa que tú, pero muy en su interior ella también guarda un gran corazón. Por eso te pido que no me obligues a disparar esta flecha.
—El hecho de que me hayas despojado de mis propias armas, sin duda es un mérito digno de resaltar —lo felicitó la de rubia cabellera—, pero de nada te servirá empuñar a Väinämöinen contra su propia creadora. Te sugiero que me lo entregues de inmediato y me dejes abandonar la Maravilla Suprema en paz.
Tras escuchar estas palabras, el hombre castaño tensó la cuerda del arco en señal de rebeldía.
—No compartí mis experiencias contigo con el objetivo de consolarte o detener tu juicio divino, Mielikki. ¡Lo que pretendía era resaltar la importancia del amor para ustedes los dioses! ¡Lo que hace de la existencia humana algo hermoso, es ese sentimiento tan maravilloso que ustedes desconocen!!
—¿Que desconocemos el amor, dices? —reaccionó la deidad finesa en tono irónico—. ¡Ni siquiera me conoces y te atreves a afirmar que no puedo sentir amor!
Mielikki usó la fuerza de su cosmos para elevar y sostener a la indefensa Marin, quien apenas y podía mantener la consciencia después del fuerte golpe que recibió en la cabeza. Sin esfuerzo agarró a la Amazona por el cuello, haciendo una fuerte presión en su garganta. Pocos minutos harían falta para destrozarle la laringe o dejar sin aire sus pulmones.
—¿Crees que sabes lo que significa perder a un ser querido? —le interrogó irónica la diosa del bosque, apretujando más el cuello de su víctima—. ¡Entonces demuéstrame la fuerza de tu amor! ¡Porque si no me acabas con esa flecha, tu hermana morirá en mis manos!
—¡Marin! ¡Hermana!! —pudo exclamar Ícaro, al ver en peligro mortal a su ser más querido—. ¡No dejaré que le quites la vida!
La ira y desesperación del Ángel de Artemisa lo obligaron a expandir su relampagueante cosmos violeta de manera prodigiosa, concentrándolo todo en la saeta platinada.
—¡Espera, Touma! —lo detuvo Shaina, apenas levantando la cabeza desde el pasto—. He luchado contra ella y sé que con un simple movimiento, sería capaz de desintegrar los átomos de su propio arco y flecha, deshaciéndolos en tus manos.
Haciendo un sobrehumano esfuerzo, la Guerrera de Oro levantó su peso y el de su agrietada armadura de la hierba. Tras esto, se puso en la tarea de elevar su cosmos a niveles superiores a los de un Santo Dorado.
—¡No permitiré que detengas el camino de esa flecha! ¡Salva a Marin, Touma!
—No eres nada tonta, Amazona —intervino con arrogancia la deidad en ropajes supremos, aún asfixiando a Marin, quien desesperadamente luchaba por soltarse—. Leíste claramente mis intenciones de destruir a Väinämöinen, pero difícilmente podrías hacer algo por evitarlo en el estado en el que te encuentras.
—Vi a través de tu técnica cuando la usaste en el hacha que traía y en mi armadura. Canalizas tu cosmos hasta la estructura del metal y cambias sus propiedades físicas. Una técnica no funciona dos veces en un Caballero.
—Pues te demostraré todo lo contrario, Shaina…
La finesa de cabellos de oro hizo su clásico ademán con el objetivo de transmutar el metal del arco que sostenía el guerrero, pero en esta ocasión su técnica no resultó efectiva. Shaina había conseguido un grandioso milagro: interrumpió con su propio cosmos el flujo del de Mielikki.
—¡Imposible! —vociferó la deidad con una expresión de notoria incredulidad—. ¡A pesar de que viste mi técnica, es inconcebible que una humana moribunda pueda abarcar el flujo de cosmos de una diosa!! A menos de que ella esté alcanzando el… ¡Último Sentido…!
Por inercia Mielikki desistió de su intento de probar la fuerza de Touma y soltó a Marin, dejándola caer nuevamente en el suelo. Su atención en ese momento estaba cien por ciento concentrada en la flecha que se le avecinaría y en la Amazona Dorada que había detenido su ken.
—¡Rápido, Touma!! —le apremió la doncella de Ofiuco, extendiendo ambas manos hacia la contendiente con autoridad—. ¡Dispara esa flecha de una vez! ¡Seguiré conteniendo su técnica con mi cosmos!!
—¡Ilusa! ¡¿Acaso crees que me quedaré aquí de pie a recibir ese flechazo?! ¡Mi velocidad será suficiente para esquivarlo y arrancarle la cabeza a ese guerrero!!
Mielikki intentó moverse, pero un intenso dolor en el abdomen consiguió paralizarla por completo. Tras inspeccionar su cuerpo, notó con incredulidad que su Armadura Suprema tenía una hendidura en forma de puño en el área que la aquejaba. Tapando su boca con la mano pudo contener una gran cantidad de sangre que intentaba escapar por esta vía.
—¡¿Quién pudo… haberme herido así?!! —exigió saber, casi sin resuello.
—Lo conseguí… —masculló Marin cayendo de rodillas.
Todos los presentes notaron con asombro que Marin había elevado su cosmos a niveles cercanos a la Gran Voluntad. A pesar de ser una Amazona de Plata, había despertado por milésimas de segundo el Último Sentido, lo cual le permitió conseguir la proeza de herir a una diosa. Su armadura de plata y su máscara se habían desintegrado y convertido en una especie de ropaje etéreo. Una armadura translúcida cubrió por completo el cuerpo de su portadora durante el instante del golpe, reforzándolo por un fugaz instante al nivel de un dios.
—¡Humanos insolentes! ¡Se atreven a matar a mis hijos y ahora intentan rebelarse contra sus creadores!
—No es así, Mielikki —musitó Marin encarando a la contrincante con determinación—. Nos estamos rebelando contra nuestros destructores. Así que por Atenea, por mi hermano Touma, por Seiya y por mi alumno Kenji terminaremos con tu existencia ahora.
El rostro de la Guerrera de Águila era claramente visible por primera vez mientras exclamaba con ímpetu:
—¡Vamos, hermano! ¡Mielikki sabe que la flecha la lastimará porque está reforzada con su propio cosmos divino, por tal razón quería destruirla! ¡Aprovecha mientras siga inmovilizada por el golpe que le di!
Touma acogió enseguida la sugerencia de Marin, y tras apuntar al corazón de su adversaria, soltó la cuerda dejando libre la poderosa flecha. Mielikki sabía que aquel disparo de Väinämöinen equivalía a recibir un flechazo disparado por ella misma, así que en un último intento desesperado intentó controlar la trayectoria de la flecha, mas no tuvo éxito. Shaina se mantenía en su afán de suprimir el cosmos de su oponente, aprovechando el máximo nivel de su propia aura. El dolor físico que atenazaba a la rubia se había diseminado desde su abdomen hacia todo su cuerpo, haciendo imposible sus movimientos.
A la diosa le pareció que el tiempo se ralentizó durante la mortífera trayectoria de la saeta. Podía ver a Touma con esa expresión de valentía en su rostro, bajando el brazo tras el disparo. Al girarse, vislumbró la figura de Shaina con los brazos extendidos hacia ella y la de Marin, cayendo exhausta sobre la hierba.
—«Entonces lo consiguieron, humanos… —reflexionó con resignación, cerrando lentamente sus ojos turquesa—. Supongo que al final, su amor fue más fuerte que mío… Al menos podré reunirme nuevamente con mis hijos en el inframundo de nuestros ancestros. Espérenme en Tuonela, Nyyrikki… Tuulikki…»
Una imagen se formó repentinamente en su mente. Por un instante le pareció ver enfrente de ella la fornida figura de su compañero caído.
—«¿Viracocha?»
Mielikki se sintió reconfortada al contemplar aquella musculosa espalda por la que caía una frondosa melena verde. El mismo cálido cosmos del bondadoso dios que la acompañó en el maizal del territorio inca, se hizo presente por un instante.
—«¿En serio eres tú? Sentí tu vida extinguirse y…»
La diosa enmudeció cuando vio que su aliado inca se giró y la observó sonriendo con amabilidad. Él no dijo una palabra y simplemente se despidió calurosamente con la mano.
—«¡Espera, Viracocha! ¡No me dejes!» —le suplicó con desesperación, al ver que el supremo inca le daba las espaldas nuevamente y extendía sus poderosos y gruesos brazos.
La figura del hombretón se difuminó y desapareció tras el embate de una cegadora energía luminosa, la cual había colisionado contra él.
Mielikki volvió a la realidad, y tras seguir esperando con resignación el impacto de la flecha, sintió en cambio la completa calma que invadió el bosque sagrado. Los cosmos de Marin, Shaina y Touma se habían apagado por completo. Este hecho hizo que abriera los ojos con sorpresa, para notar que sus tres rivales humanos yacían inconscientes sobre la alfombra de pasto.
Su reacción instintiva fue posar la mano sobre su pecho con el fin de palpar la flecha, pero esta ni siquiera la había tocado. La saeta increíblemente se había clavado en la mazorca de oro que le obsequió Viracocha, la cual yacía indefensa a sus pies.

Continuará…

lunes, marzo 14, 2016

CAPÍTULO 24: ¡NO ESTÁS SOLA, SHAINA! REFUERZOS EN EL TEMPLO FINLANDÉS

[Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012
Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo

***

CAPÍTULO 24: ¡NO ESTÁS SOLA, SHAINA! REFUERZOS EN EL TEMPLO FINLANDÉS


==Maravilla Suprema, Inmediaciones del Templo Sagrado Finlandés==   

—Así que tú también eres una Guerrera perteneciente a la orden más poderosa de los Santos de Atenea —dijo Mielikki con extrañeza, al ver a su oponente vistiendo aquella inédita armadura de oro—. Debí suponerlo, tu ropaje dorado entonces representa al Ofiuco, el decimotercer signo del zodiaco. Me extraña que tu constelación haya sido considerada de plata por Atenea en primer lugar, ya que es el movimiento de precesión del eje de la Tierra el que altera la concepción del zodiaco conocido… Por tal razón, tu constelación es introducida a los convencionales doce signos entre Escorpión y Sagitario. Deduzco que tu cloth estaba esperando el momento del despertar de tu máximo cosmos para entonces mostrar su verdadera naturaleza dorada…
La expresión en el rostro de Shaina era de incredulidad y asombro. La armadura de oro de Ofiuco había surgido de los restos de su versión de plata, tras el despertar del Séptimo Sentido de su portadora. Aquella nueva armadura desprendía vida desde su resplandeciente dorado contrastado con retoques anaranjados. Sin duda se trataba de un ropaje digno de un Caballero de Oro, ya que su diseño impactaba a la vista y ofrecía una férrea protección al cubrir la mayoría del cuerpo de su usuaria.
Al principio Shaina estaba confundida, pero tras sentirse rebosante de poder, levantó la cabeza y encaró con convicción a la deidad finlandesa.
Decididamente empuñó el caduceo que se había materializado en sus manos. Aquel cetro alado, adornado con dos serpientes entrelazadas, constituía la decimotercera arma del zodiaco.
—¿Tú también puedes sentirlo, Mielikki? —le preguntó, extendiendo el arma con la amenazante intención de atacarla—. ¡¿Puedes sentir la seguridad y la fuerza que me otorga mi armadura de oro?!
—Baja ese caduceo, Guerrera —le ordenó agresiva la deidad del bosque—. No olvides que te encuentras frente a una diosa. Aunque ahora seas una Amazona Dorada, tu cloth de oro no es rival para mi Armadura Suprema.
—¡Pues yo pienso todo lo contrario y te lo demostraré ahora mismo!!... ¡Garra de Trueno!!
Shaina echó detrás de su cuerpo la mano que sostenía su caduceo de oro. Decidió atacar a la diosa con su propia técnica, la cual fue reforzada con la velocidad de la luz y el Séptimo Sentido. Las garras de la humana se habían tornado doradas, al igual que los feroces relámpagos que chispeaban de éstas.
—¡Es inútil, Shaina!! —profirió enojada Mielikki, agarrando con ambas manos el antebrazo de su agresora, deteniendo así el mortal ken a pocos centímetros de su rostro.
Shaina luchaba por liberar su brazo de la presión de aquellas delicadas manos, las cuales lucían débiles en apariencia, pero que en realidad eran increíblemente fuertes.
—Me sería tan fácil arrancarte ahora mismo este brazo… pero mi intención no es torturarte. Un Santo Dorado merece el honor de que lo acabe con una de mis técnicas divinas.
La advertencia consiguió alarmar a la Guerrera, quien como último recurso para liberarse, concentró una considerable cantidad de energía cósmica en el caduceo de oro que sostenía con su mano libre. Tras esto, logró asestar un potente golpe en el rostro de su contendiente. El impacto fue tal, que consiguió arrancarle el casco de su Armadura Suprema y liberarse de la presión de sus manos.
Mielikki retrocedió dando tumbos en medio de la confusión de aquella sensación nueva para ella. Era dolor físico lo que sentía por primera vez, pero más que nada, era enojo puro lo que se desató en su interior; cuando en medio de la conmoción del golpe, notó que un hilo de sangre corría por la comisura de sus labios.
—No pienso perdonar esta ofensa —advirtió amenazante la deidad, clavando sus iracundos ojos turquesa sobre Shaina—. ¡Morirás víctima de una de mis más poderosas técnicas!!
La energía divina de la diosa se elevó en un parpadeo, opacando con creces el cosmos máximo de la Guerrera Dorada de Ofiuco.
—«No… no puedo creer que exista un ser con un poder tan magnífico…» —reflexionó aterrada la Amazona, al presenciar tal desborde de fortaleza cósmica. La desesperanza la invadió al ser testigo de la abismal diferencia entre la fuerza de un dios y un humano.
—¡METAMORFOSIS DEFINITIVA!!! —exclamó la diosa de dorados cabellos, extendiendo ambos brazos lateralmente, tras evocar el nombre de su técnica divina.
Los animales que pacíficamente rondaban el templo huyeron despavoridos al sentir la inmensa cantidad de poder desatado.
Una película de energía plateada cubrió el cuerpo de Shaina, haciendo imposible su movimiento.
—Cada uno de los dioses miembros de la ‘Alianza Suprema’ posee un color que identifica la esencia de las técnicas que lo caracterizan —explicó la diosa escandinava, limpiando la sangre que seguía escapando por sus labios—. En lo que a mí respecta, la naturaleza elemental de mi cosmos está representada por los Animales y los Metales. Y ya que tu armadura dorada de Ofiuco simboliza a un serpentario, fuiste la más desafortunada de tus compañeros al escoger enfrentarme…
Aunque la Guerrera de Atenea seguía impactada ante la abrumadora demostración de poder de su rival, se las arregló para recuperar la compostura y observarla sin temor.
—¡Tus amenazas no me asustan, Mielikki! —le gritó, volviendo a ser la misma mujer valiente que la retó en primera instancia—. ¡Si planeas dañar a mis alumnos y a personas inocentes, haré lo que sea necesario para detenerte!!
—Dices eso sin siquiera poder moverte… Veamos si puedes respaldar tus palabras ahora que mi técnica está completa…
Cuando la diosa tronó los dedos con autoridad, la armadura de oro de Ofiuco y el caduceo abandonaron a su dueña, transmutando en una especie de viscoso líquido dorado. A la estupefacta Amazona le dio la impresión de que su cloth se había derretido para caer inservible sobre el pasto.
Ese era solo el inicio del ken, ya que aquel oro fundido parecía retorcerse con vida propia, para mutar poco tiempo después en una incontable cantidad de serpientes de todo tipo.
—¡¿Qué le hiciste a mi armadura?! —inquirió nerviosa la humana, al ver su única protección transformada en amenazantes reptiles.
—Como te dije antes, yo controlo a los animales y a los metales…
Tras un ademán de la finesa en Armadura Suprema, los centenares de víboras brincaron al unísono sobre su estupefacta víctima, atacándola sin piedad con sus afilados colmillos y poderosas constricciones. Aunque Shaina usaba su cosmos para deshacerse de las serpientes, estas no desistían en su intento de morderla y asfixiarla.
—Es inútil que luches, Guerrera —le aconsejó con seriedad la diosa, observando aquel espectáculo grotesco con una expresión inalterable—. Las serpientes que te atacan están siendo reforzadas por tu propio cosmos. Adicional al dolor que te producen, sus mordidas absorberán toda tu sangre, matándote sin remedio…
En medio del indescriptible dolor que estaba sintiendo en todo su cuerpo, Shaina notaba como sus sentidos se iban desvaneciendo.
—«El poder de un dios es algo inigualable… —reflexionó la Amazona, con el cuerpo entumido a causa del intenso sufrimiento—. ¿Entonces así termina mi existencia? ¿Así de fácil dejaré a mis alumnos desprotegidos en la Tierra?»
La deidad de la caza dejó escapar un pequeño suspiro al ver que las serpientes dejaron de atacar a la mujer de cabello verde, para luego dispersarse a lo ancho del campo de pasto.
—Es irónico que la misma armadura que tanto trabajo te costó despertar, haya acabado con tu vida.
La doncella de Ofiuco se mantenía en pie sin moverse. Tenía los ojos cerrados y la cabeza abajo, con el mentón apoyado en el pecho. No había señales de vida en su desgarrado y maltratado cuerpo.
Al ver a su rival completamente derrotada e inerte, Mielikki, en un alarde de confianza, reunió con su voluntad divina a todas las víboras a su alrededor. Las serpientes ascendían delicadamente por su cuerpo, enroscándose en el metal de su Armadura Suprema. La diosa se veía todavía más imponente con aquellos animales adornando su ropaje sagrado.
—Las criaturas concebidas por el Supremo Creador poseen una belleza inigualable —musitó la rubia, acariciando con suavidad la piel lisa de una serpiente, la cual se había colado entre la protección metálica de su cuello—.  Sin duda la hermosura más sublime es la que manifiesta la naturaleza y sus creaciones. Cuanta perfección se puede ver en un ser tan pequeño. Por desgracia ustedes los humanos están tan distraídos en su mundo artificial, y no se detienen para admirar lo valioso de lo simple…
La deidad pasó de largo a la humana que se había atrevido a desafiarla, con el objetivo de alejarse de su templo y contemplar el bello resplandor que iluminaba el Bosque de Luonnotar.
—Mis pequeñas, ahora que su mal llamada dueña ha muerto, les otorgaré un digno hogar en mi territorio. Vivirán en armonía con los demás animales del bosque que…
La diosa de la caza detuvo su monólogo al sentir una inusual presión en su cuerpo divino. Los reptiles que la adornaban brillaron intermitentemente en un dorado intenso. Aquel cálido resplandor le producía un extraño sentimiento de desasosiego, porque al intentar retomar el control de los animales, se vio imposibilitada de hacerlo.
—¡Pero…! ¡¿Por qué las serpientes ya no me obedecen?!! —preguntó alarmada a la nada—. Siendo yo la diosa que tiene dominio sobre los animales… ¡¿Por qué estas serpientes insisten en traicionarme!!
Tras hacer violentos movimientos de constricción y abandonar con desprecio a la finesa en ropajes sagrados, los reptiles se dirigieron presurosos hacia Shaina, para materializarse sobre ella en forma de su armadura dorada de Ofiuco.
El sentir ese calor cósmico cubriendo nuevamente su agarrotado cuerpo, le ayudó a la Guerrera a volver una vez más a la realidad.
—Mielikki… aunque seas una diosa extremadamente poderosa, jamás podrás controlar el vínculo que existe entre una armadura y su portador —manifestó la doncella de oro, con más lucidez y fuerza que nunca—. Nosotros los Caballeros no somos dueños de nuestras cloth. ¡Nosotros somos uno con ellas porque las respetamos y las consideramos mucho más que un pedazo de metal, o la simple representación de una constelación! ¡Las armaduras son seres vivos independientes que comparten un espíritu y una voluntad con nosotros!!
—Un conmovedor discurso, sin duda. Pero de nada te servirá ese vínculo del que tanto alardeas, Guerrera —le advirtió la aludida, aún confiada en su victoria—. Me faltó explicarte algo: Las serpientes que te atacaron te inyectaron un poderoso veneno, y cuando este alcance tu corazón, morirás en el acto. Calculo que apenas te queda media hora de vida… De hecho me sorprende que mi técnica divina no te haya matado al instante —siguió comentando la escandinava, observando de reojo a su fatigada oponente—. Sin duda eres una de las mujeres más poderosas que he tenido el honor de conocer, pero aún así no conseguirás la victoria.
Aunque la mortal toxina de la ‘Metamorfosis Definitiva’ había sentenciado la vida de la Amazona Dorada, ella se mantenía firme en su objetivo de derrotar a la diosa del bosque, así que sin vacilar le dijo:
—La media hora que me diste de vida será suficiente para destruir a la deidad que planea matar a personas inocentes.
—Es suficiente, Shaina. Ya no existe necesidad de pelear —replicó la de cabellera de oro, en un tono más conciliador—. Por respeto a ti y a tu valor, te dejaré pasar tranquilamente tus últimos minutos de vida aquí en mi territorio. Morirás reconfortada por la belleza de mi bosque en todo su esplendor. Que el aroma de las flores y el trinar de las aves te den paz en tu paso al otro mundo.
—¡No necesito tu piedad! —declaró tajante la humana, extendiendo con decisión el brazo en el que sostenía su caduceo—. ¡Haré valer mis últimos instantes de vida protegiendo a mis alumnos y a las demás personas en la Tierra!
—¡Te dije que basta, Guerrera! —le increpó severa la deidad perdiendo la paciencia, al tiempo que encendía sus ojos turquesa de furia—. ¡Si no deseas morir en paz en mi bosque, entonces abandona de una vez mi territorio y regresa a la Tierra con tus tan apreciados alumnos!! ¡Me cansé de verte y de tus insolencias!!
Con el fin de amedrentar a la Amazona Dorada, Mielikki se vio obligada a invocar el Arma Suprema que ella misma había fabricado. En sus manos se materializó un arco de la misma tonalidad platinada de su armadura.
—He bautizado a mi arma con el mismo nombre de Väinämöinen: el más célebre de los héroes de toda la historia finlandesa. Es curioso, pero tú me recuerdas la determinación y valor de aquel gran hombre.
Sin vacilar, la diosa extrajo una flecha de plata de la aljaba que había aparecido en su espalda y la colocó habilidosamente en el arco. Extendiendo la tensa cuerda, apuntó el arma de forma amenazante hacia el corazón de su oponente.
—No quiero cazarte como si fueras mi presa. Pero si no abandonas mi territorio hasta que termine de contar hasta diez, no dudaré en clavar esta flecha en tu corazón…
—¡No pienso moverme ni un centímetro de este lugar! —replicó la Amazona de Ofiuco sin titubear—. ¡No huiré como una cobarde de esta batalla!
—Será como quieras, Guerrera… Uno —empezó a contar sin detenerse—, dos, tres…
El excesivo castigo que había recibido, sumado al efecto del veneno habían aplacado las fuerzas de Shaina, mas no su espíritu. Aunque no le sería humanamente posible sobrevivir a un ataque ejecutado con el arma de una diosa, la mujer en armadura dorada estaba dispuesta a morir en su intento por detener a su contrincante.
—Cuatro, cinco, seis… —continuó enumerando cada segundo la diosa de la caza, cargando a la vez una enorme cantidad de cosmos plateado en la saeta—, siete, ocho…
La distancia entre la deidad y la humana era relativamente corta. La velocidad con la que se imprimiría el impacto sería difícil de esquivar incluso para un Caballero Dorado.
La doncella de Ofiuco bajó la guardia y relajó su cuerpo a fin concentrar mejor sus sentidos en el mortal ataque que se avecinaba. Y aunque en su corazón todavía existían dudas sobre si podría sobrevivir o no, la Amazona no planteó siquiera la idea de moverse un paso.
—Nueve, ¡diez! ¡Desaparece de una vez, Shaina!
Mielikki no dudó al soltar la cuerda del arco para liberar su flecha plateada. Al ver el cegador destello producido por el disparo, la Guerrera reaccionó extendiendo su propia arma, esperando que esta contenga la arremetida.
La acción transcurrió a una velocidad superior a la de la luz. Cuando la calma volvió al lugar, la atacante vio con extrañeza que su flecha estaba profundamente clavada en una de las paredes de metal de su templo.
Solo el caduceo dorado de Ofiuco yacía despedazado sobre la hierba. No había rastros de su propietaria.
—«Es imposible que un disparo de Väinämöinen haya fallado. Seguramente esa mujer hizo caso a mi advertencia y se marchó a último momento —reflexionó, inspeccionando cuidadosamente los alrededores con la mirada—. Ni siquiera puedo sentir su cosmos».


==Maravilla Suprema, Bosque de Luonnotar==

Shaina sintió que la rodeaba una agradable sensación de calidez. En medio de su confusión, percibió un acogedor sentimiento de protección y seguridad rodeándola.
El melodioso tintineo de una campanilla le hizo volver a la realidad. Tras abrir los ojos y parpadear lentamente, notó un tanto sonrojada que se encontraba recostada en los brazos de un hombre.
El extraño de cabello castaño rojizo tenía su serena mirada azul posada sobre la maltrecha mujer que sostenía en brazos. Aunque a ella le extrañó ver que aquel hombre usaba una especie de antifaz metálico, y que estaba ataviado en una asimétrica armadura de tonalidades verdes y plateadas; sintió una sensación de familiaridad y confianza hacia él.
—¿Fuiste tú quien me rescató? —le cuestionó un poco avergonzada—. Estoy segura de que no perteneces a la orden de los Caballeros de Atenea. ¿Quién eres?
—Mi nombre es Touma —se presentó el Ángel de Artemisa—, pero también puedes llamarme Ícaro. Y no vine solo, mi hermana mayor está conmigo.
Ícaro observó con una sonrisa hacia lo alto de un árbol cercano, la Amazona Dorada lo imitó.
—¡No estás sola, Shaina! No podíamos dejarle toda la responsabilidad al orgullo de todas las Guerreras del Santuario —enalteció en tono alegre la mujer que estaba encaramada en las ramas de un sauce cubierto de nieve—. Has dejado por lo alto el nombre de las mujeres que luchan por Atenea y eso es algo de lo que estoy muy orgullosa. Solo una Guerrera fuerte como tú habría tenido la voluntad para convertirse en un Santo de Oro por sus propios medios y enfrentarse sola a una deidad.
—¡Marin! —exclamó la aludida, alegremente sorprendida.
Descendiendo de un salto, la enmascarada Amazona de Plata de Águila se juntó con su hermano menor y con su amiga.
Continuará…